martes, 24 de junio de 2014

Sto Domingo Savio en Mori.... (3)



El centro de la fiesta se ubicaba en la iglesia, un edificio de paredes de ladrillo viejo, vigas fabricadas con palos, techo de chapa ondulada y planta cruciforme. Los bancos  hechos de barro, del mismo barro seco y prensado que conforma el suelo al que están solidariamente unidos. Parroquianos y forasteros abarrotaron el local con la misma gracia y arte con que mis pasajeros lo habían hecho en el pick up y comenzó la eucaristía.
La celebración en honor de Sto. Domingo Savio, patrón de la villa, duró tres horas entre ritos, bailes y canciones. Después de cada parte de la misa se cantaba una canción o se ejecutaba un baile o ambos cuya duración mínima era de diez minutos.
Después de la misa hubo una comida popular, todo el mundo obtuvo su ración, su botella de agua y su preceptiva lata de refresco, indicativo de fiesta grande. Yo fui invitado a compartir el corro de las autoridades locales junto a Sister Linda, Fr.
David, Fr Paul y Fr Gabriel, el secretario del arzobispo quien celebró la eucaristía. Digo corro porque en estos eventos al aire libre no se come en mesa ni se usan cubiertos. Se forman corros con sillas y, en el caso del de las autoridades, cada uno pasa por la mesa central, llena de cacerolas con distintos guisos, recoge un plato y se sirve en él un poco de lo que más le apetezca, estilo buffete libre, procurando tener en cuenta que todos tienen que comer. Esto después del ritual de lavarse las manos que también es curioso para nosotros. Antes de pasar a recoger la comida una peresona o dos, dependiendo del número de integrantes del corro, pasa delante de tu silla y vierte un chorro de agua en una palangana delante de ti mientras tú, con la pastilla de jabón que te ha ofrecido, te lavas las manos lo más rápidamente y mejor posible. Todo el mundo espera su turno. Tampoco hay toallas ni servilletas, secándose las manos al gusto, lease al aire o en la ropa. Una vez acabado este ritual se bendicen los alimentos y se comienza la procesión por la mesa de las viandas honrando primero a los invitados.


La mayoría de los platos eran reconocibles, no faltaba el omnipresente arroz blanco cocido,  aderezado para la ocasión con algunos frutos secos y un toque suave de canela que lo hacían agradablemente aromático, las alubias rojas excelentemente cocinadas, una ensalada de tomate, pepino y col china sin aderezo alguno,  un puchero con trozos de pescado local frito, otro con pollo a la brasa, un guiso de cabra con patatas y verduras locales y un recipiente repleto de patatas fritas fue lo que pude reconocer. Además había un puchero con una masa verde botella con toques crema oscuro que no supe reconocer aunque sí osé a servirme, junto con arroz, patatas y alubias. Me abstuve de la carne y del pescado  por mi condición de vegetariano, sin embargo el comentario general era que estaban muy sabrosos.
Me sorprendió muy agradablemente esa masa verde con toques crema oscuro, por supuesto pregunté a ver qué era aquel plato y fui informado de que era un preparado de hojas de “cazzaba” u “occora” hervidas, machacadas y luego mezcladas con una salsa suave de cacahuete. Nosotros solemos reconocer el nombre de la planta de “occora” o “cazzaba” por  “yuca”. Las hojas cocinadas de esta planta tienen un ligero sabor amargo que con la mezcla del sabor de cacahuete producen una extraña y agradable sensación al paladar de por sí. Si además las mezclas con ese arroz aromatizado y las alubias el bocado es exquisito. La comida era francamente deliciosa, sin embargo la situación me resultaba algo incómoda, el tener que comer con la mano es algo a lo que definitivamente no estoy acostumbrado, si le sumamos la carencia de mesa y servilleta... bueno, imagináoslo.
Mientras se come cada uno atiende a su plato, apenas se habla, es el momento de alimentarse la conversación vendrá después.
Mi concentración en lo que estaba haciendo era absoluta. Con la mano derecha procuraba hacer una mezcla suficientemente uniforme y manejablemente seca de arroz, alubias, cazzaba y patatas. Cogía una cantidad adecuada de “mezcla” con los dedos medio, anular y pulgar en forma de cuchara-pinza mientras el dedo índice se responsabilizaba de que la “carga” no se cayese en el traslado hasta la boca. La mano izquierda, sujetando el plato en todo momento, acompañaba el movimiento de traslado y la derecha, a la hora de introducir el alimento en la boca, no superaba cierta inclinación ya que corría el riesgo de que el líguido, que siempre quedaba en cada bocado, llegase a escurrir hasta el codo.
Una vez finalizada la ración y mientras colocaba el plato encima de una pila de platos vacíos que descansaban debajo de la mesa busqué con la mirada por todos los rincones dónde habían dejado el recipiente con agua para lavarme las manos. Las ganas de quitarme la sensación de pringue en la mano derecha eran absolutamente perentorias. Vi la tetera de pĺástico con el agua bajo uno de los mangos que nos rodeaban así que, como todavía no había comenzado el ritual de lavarse después de la comida, la cogí, me aparte unos metros y me lavé la mano como pude. ¡Qué descanso!
Me senté de nuevo en mi silla mientras el ambiente se llenaba de sonidos de latas de refresco abriéndose e inicio de conversaciones al unísono, la comida estaba terminando, las relaciones sociales comenzaban.
Al cabo de un rato de charlar y beber nos avisaron de que el espectáculo iba a comenzar. En la campa de detrás de la iglesia se había montado un cubierto con gruesas lonas sujetas a una estructura de barras de hierro tubulares anclada en el suelo. Las lonas protegían a “las autoridades” del inmisericorde sol que campaba a sus anchas a esa hora del día.

Comenzó el espectáculo. Un vecino animaba el evento detrás de un micrófono y daba paso a la presentacion de varias personas que iban soltando sus discursos una tras otra. Después varias canciones de agradables voces interpretadas por los coros de las parroquias de Gumbo y Mori daban paso de nuevo a otra tanda de discursos. Seguidamente dos o tres “sketch” interpretados por vecinos del lugar y que la gente celebró alegremente daban continuidad a bailes regionales a cargo de las chiquillas y chiquillos de la escuela local, finalizando con otro par de canciones y la consabida tanda de discursos finales.

Hora de volver a Gumbo, serían cerca de las cinco de la tarde y Fr. David me preguntó si no me importaba esperar a que la pick up, conducida esta vez por Thomas, volviese después de llevar a un par de personas importantes en la cabina y no sé cuantos en la cama. Me dijó que una vez que volviese Thomas me recogería y volveríamos a Gumbo. Le dije que no me importaba esperar, el ambiente era muy animado, la música continuaba sonando y cientos de personas pululaban por los alrededores charlando y bailando. Me senté en una silla debajo de uno de los mangos mientras observaba lo que acontecía a mi alrededor, era muy divertido.
La pick up volvió tres cuartos de hora después y Thomas me comunicó que iba a hacer otro viaje con gente que me esperase un poco más y que volvería a por mí, así que me volví a sentar y a disfrutar del ambiente. A los tres cuartos de hora el sol empezaba a caerse, Thomas apareció de nuevo y tomamos el camino de vuelta. El lugar seguía lleno de gente, sobretodo gente joven, y conforme nos alejábamos iban llegando más y más montados en sus motocicletas, no cabía duda de que la fiesta nocturna iba a ser de las grandes.
Recorrimos el camino de vuelta sin incidentes, la carretera estaba en buenas condiciones, prácticamente seca a excepción de dos o tres charcos. Al llegar al puente Thomas no acertó con la trayectoria más adecuada y la rueda trasera derecha del pick up se coló por uno de los huecos entre las mal colocadas y retorcidas chapas que pretendían hacer de suelo. La rueda quedó colgando pero como el vehículo tenía habilitada la tracción a las cuatro ruedas con un pequeño acelerón Thomas lo sacó del agujero y del puente.
Llegando ya a la puerta de nuestro recinto comenzaron a caer unas gotas que rápidamente se convirtieron en fuerte aguacero. Me refugié rápidamente y me dispuse a descansar un rato mientras disfrutaba de ver caer la lluvia. El día había sido muy intenso, muy interesante y muy agradable. Otro día más en Sudán del Sur.

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