Se acercan las siete de la tarde,
mágica hora, el sol se zambulle en el horizonte arrastrando la
última luz del día. Es algo que me maravilla. No sé si podre
acostumbrarme a la manera de relacionarse que tiene el sol en estas
latitudes. Por la mañana, a eso de las seis y media sale de golpe
y porrazo, para cuando quieres pestañear ya esta afuera cogiendo más
y más fuerza mientras sube disparado hasta una altura en la que
parece encontrarse cómodo y se queda, comenzando su diario viaje
este-oeste. Conforme pasan las horas, ahora en la temporada de
lluvias, se hace notar, El sol pica con ganas aquí, a no ser que
haya alguna condescendiente nube haga de “parasol” y mitigue esa
sensación de picazón en la piel. Por la tarde se invierte el
proceso, por la tarde, conforme avanza el reloj, el sol se torna más
amable, más benévolo, parece como si hubiese soltado toda la
energia asignada a la jornada y aguanta hasta que ya no puede más,
entonces literalmente se deja caer. Si quieres no perderte una puesta
de sol ya puedes prestar atención y no apartar la vista porque como
te distraigas un poco ya tienes que usar la linterna para ver lo que
tienes delante. Esto ocurre alrededor de las siete de la tarde.
Pues bien, para esa hora el atril, la
mesa de mezclas, los altavoces, el proyector, el ordenador, todo está
preparado. Todo y todos. Los chiquillos ya se han procurado las
banquetas en las que acomodarán sus pequeños cuerpos mientras dure
el espectáculo. Eso los más vivos, si por lo que sea alguno ha
llegado tarde y no tiene banqueta, directamente solicitará la ayuda
de otro y se sacarán un banco de la iglesia. Bancos de hierro de
cuatro culos de cabida que pequeños y/o pequeñas que apenas llegan
al metro de altura, sacan a la puerta de la parroquia haciéndose un
hueco entre las innumerable banquetas individuales ya asentadas.
La mortecina luz de la tarde y la
música que suena por los altavoces instalados ad-hoc anuncian sin
equívoco alguno que la sesión de cine está a punto de comenzar.
¿Qué sera hoy? ¿Qué película estampará el frontis de la iglesia
durante casi hora y media este sábado por la tarde?
Hoy toca una de baile. ¡¡Bien!!
Música y baile, eso mola. La música y el baile siempre han estado
ligados a esta tierra, a sus gentes. A nada que se oigan un par de
sonidos de distinto timbre con cierta cadencia enseguida se ven
cuerpos en sincopados movimientos acompañándolos, acompañándose.
El espectáculo transcurre con la
atención de todo el mundo atrapada en la pared que hace las veces de
pantalla. Pocos comentarios se oyen, tan solo alguna risa, alguna
carcajada. Los más pequeños se unen a los bailes que van
evolucionando en la pantalla y los mayores dividen su mirada entre la
pantalla y los pequeños. La nuestra también esta dividida, pero
nuestra atención está más centrada en la coreografía de los
pequeños que en la película. Es increíble cómo tienen el ritmo
metido en el cuerpo. Nos produce una envidia sana ver sus
evoluciones, llenas de expresión, de naturalidad, sin tapujos ni
condicionantes, puro movimiento, pura vida.
A las ocho y media el cine se acaba, ya
es tarde, hay que ir a casa. La luz se apaga, la magia se guarda en
la funda para el sábado siguiente. Cada quien devuelve a su sitio
original el asiento que se ha procurado para el ratico de la tarde y,
poco a poco, entre comentarios, risas y todavia algun movimiento
remedando lo recién visto, las cabezas, las voces, las risas se
disuelven en la noche. ¿ Y los que han montado el tinglado? A cenar,
que también a ellos les toca. De vuelta al comedor se comenta cómo
ha ido la sesión. Ha estado bien, todos nos hemos divertido, ha sido
un acierto la elección.
Con la satisfacción de haber pasado y
haber hecho pasar un buen rato entramos en el comedor para saborear
la última comida del día y para disfrutar de una buena conversacón
y mejor compañía.