Pues bien, para esa hora el atril, la
mesa de mezclas, los altavoces, el proyector, el ordenador, todo está
preparado. Todo y todos. Los chiquillos ya se han procurado las
banquetas en las que acomodarán sus pequeños cuerpos mientras dure
el espectáculo. Eso los más vivos, si por lo que sea alguno ha
llegado tarde y no tiene banqueta, directamente solicitará la ayuda
de otro y se sacarán un banco de la iglesia. Bancos de hierro de
cuatro culos de cabida que pequeños y/o pequeñas que apenas llegan
al metro de altura, sacan a la puerta de la parroquia haciéndose un
hueco entre las innumerable banquetas individuales ya asentadas.
La mortecina luz de la tarde y la
música que suena por los altavoces instalados ad-hoc anuncian sin
equívoco alguno que la sesión de cine está a punto de comenzar.
¿Qué sera hoy? ¿Qué película estampará el frontis de la iglesia
durante casi hora y media este sábado por la tarde?
Hoy toca una de baile. ¡¡Bien!!
Música y baile, eso mola. La música y el baile siempre han estado
ligados a esta tierra, a sus gentes. A nada que se oigan un par de
sonidos de distinto timbre con cierta cadencia enseguida se ven
cuerpos en sincopados movimientos acompañándolos, acompañándose.
A las ocho y media el cine se acaba, ya
es tarde, hay que ir a casa. La luz se apaga, la magia se guarda en
la funda para el sábado siguiente. Cada quien devuelve a su sitio
original el asiento que se ha procurado para el ratico de la tarde y,
poco a poco, entre comentarios, risas y todavia algun movimiento
remedando lo recién visto, las cabezas, las voces, las risas se
disuelven en la noche. ¿ Y los que han montado el tinglado? A cenar,
que también a ellos les toca. De vuelta al comedor se comenta cómo
ha ido la sesión. Ha estado bien, todos nos hemos divertido, ha sido
un acierto la elección.
Con la satisfacción de haber pasado y
haber hecho pasar un buen rato entramos en el comedor para saborear
la última comida del día y para disfrutar de una buena conversacón
y mejor compañía.